martes, 30 de octubre de 2012

La consistencia con valor

"Todo lo que vive y alienta, va
hacia la eternidad." Gaston Courtois.  
La consistencia entendida como duración, estabilidad, solidez
[1], evoca inexorablemente a la eternidad. La eternidad llama a que el hoy y presente de cada uno sea permanentemente consistente, es decir, que no se acostumbre a la indiferencia en lo cotidiano y que se apueste por un rumbo definido, estipulado (MISIÓN). Acorde con el principio de inmutabilidad, la eternidad es un concepto que no se muda, que no cambia que en términos filosóficos (y jurídicos) mantiene una (valga la redundancia) consistencia perenne e inalterable que le da tiempo y forma al actuar diario de la persona.
 Ese actuar, que debe rememorar, al interior del ser, ese deseo de eternidad, de hacer lo que debemos en el momento preciso y providente, conlleva la consigna de hacer mejores a mí y a los que me rodean. Esa estabilidad de detectar los puntos buenos (y malos) que en un ansia de ver por le llamaría el avance de todos en un ambiente propicio, que devenga en un pensar, conocer y hacer enfocado en el bien personal, familiar y comunitario, estable y sólido, como debe de ser para todos en una condición, digamos, benéfica en todos los aspectos. 


Hacer ver a los demás, una claridad de esperanza, juntos.
El cuerpo, como el alma, necesita alimento. Si vemos la solidez en el plano físico, tendremos un cuerpo sano y en funciones correctas. Si lo vemos en el plano ontológico (pertenieciente o relativo al ser), el alma o espíritu, que no se ve, parte de un conocimiento que sólo puede tener el hombre, dotado de inteligencia y voluntad, y que puede entender con la relación consigo y con el bien (o si queremos ser perfeccionistas, con el sumo bien, Dios). Cada uno nos conocemos, vemos áreas de oportunidad (defectos) que nos den consistencia, perfección en lo imperfecto, salud en un entorno climático que cada vez es menos saludable, plenitud en lo contingente o temporal.
Descubrir y construir una misión personal
en el tiempo: para perdurar  
Sí queremos que nuestras acciones duren, hemos de apostarnos por ser personas que perduren. Y para que esto suceda, tenemos que pensar cosas buenas (como diría un amigo para mí y mi circunstancia), hacerlas y conocer cómo mejorarlas. Durabilidad es sinónimo de fuerza. Seamos personas, con esa "durabilidad". Fuertes en medio de entornos contrarios al bien. Fuertes, en medio de mis defectos. Fuertes en medio de conocimientos difusos o poco certeros. Fuertes ante la tempestad mediática que nos absorbe y que condiciona, pero que para mí no es determinante. Perdurar es no olvidar y para perdurar en el tiempo, hemos de conocer y prepararnos. La mejor inversión que puedes hacer es en ti mismo, diría el escritor Stephen Covey. Preparémonos para que esa inversión reditúe en mi bien y el bien común.


El bien común demanda que seamos fiduciarios (palabra poco empleada, por lo menos en México y América Latina), propongámonos tener o yo diría descubrir y construir, en esta vida, una misión. Ese rumbo estipulado por cada uno y que por esa razón vino al mundo. La misión, nos debe de dar un apogeo personal.

Actuemos, pues, sin indiferencia en lo cotidiano, en cada diálogo, en cada trato, en cada pequeño momento (ante la TV, el radio, el trabajo, la escuela, la familia), en todos lados; y con esa seguridad de que en Dios descubriremos nuestra misión, pues es un ser personal (o tripersonal si creemos en la doctrina católica) que se sostiene por la estabilidad, duración y solidez  que da el único ser que es eterno y completamente consistente: Dios mismo, ser que hace de la constitución de todo ser humano trascendente y eterna.



[1] “Definición de consistencia”, Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), disponible en: http://lema.rae.es/drae/?val=consistencia

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